Advertencia: ésta no es una historia típica de inicios de año que pregona los propósitos que todas las conciencias albergan para enfrentar el horizonte que se aproxima. No. Aquí no se dirá nada de las promesas, que al paso de los días se convierten en las grandes mentiras, que presumen la intención de dejar de fumar, hacer ejercicio, no hacer travesuras y muchas cosas más. Aquí se contará una experiencia que tiene un solo fin: apapachar el cuerpo y dotarlo de un nuevo espíritu, para lo que venga. ¿Quién no se ha encontrado en algún rincón del país los anuncios que intentan convencernos de considerar terapias y actividades como el yoga, reiki, pilates, tai chi, meditación, masaje tailandés, reductivo, sueco, etcétera? Todas ellas recurren a la holística, cuyo significado no está asociado por fuerza a ejercicios espirituales. La visión holística es una manera de comprender cada aspecto de las cosas desde toda perspectiva posible. Aplicada pues a la salud tiene que ver con una visión de nuestro cuerpo y mente trabajando juntos, uno por el otro. Entonces, cuando nuestra mente está debilitada, nuestro cuerpo no funciona correctamente, y viceversa. Este es un principio esencial en todas estas prácticas. Pero, sorpresa, este artículo está dedicado a una excelente alternativa que no es comúnmente manejada por los spas y centros holísticos de la Ciudad de México: el temazcal. Su nombre proviene de la lengua náhuatl y significa “casa de vapor” –temaz (vapor), calli (casa)– y, como su nombre lo dice, es un baño de vapor indígena en el que se mezclan hierbas aromáticas y medicinales. Se lleva a cabo principalmente en grupos y, puesto que originalmente tenía un propósito religioso, los guías –también llamados temazcaleros– decidirán qué tipo de actividades se realizarán durante la ceremonia. Para dar una idea de su funcionamiento narraré la primera vez que lo experimenté. Fue durante un viaje a San Miguel de Allende, en el que viajaba con dos amigas extranjeras y quería impresionarlas con algunas de las excentricidades de mi país. En un jardín botánico a las afueras de la ciudad, me informaron que aquella noche de luna llena se llevaría a cabo un temazcal con otros turistas extranjeros. Era una excelente oportunidad. Me solicitaron que no ingiriéramos alimento alguno en las horas antes de comenzar. ¡A DISFRUTAR! Una vez que se reunió el grupo, emprendimos el camino por la orilla de un bello lago. Siguiendo un oscuro sendero me percaté, prestando atención a las conversaciones, de que nadie de los presentes había estado antes en un temazcal, lo que me relajó considerablemente pues no quería parecer inexperto frente a mis acompañantes. Llegamos a un amplio terreno en donde había lo que parecía un iglú construido con adobe, y comenzamos la preparación de la ceremonia encendiendo un enorme fuego, dentro del cual descansaban varias piedras del tamaño de un balón. La noche y el frío nos obligaban a permanecer cerca de la fogata, cuando un hombre de mediana edad brotó de la oscuridad y nos saludó uno por uno, mientras se presentaba como nuestro guía. El hombre se quitó su chamarra de cuero, revelando una decena de collares, amarró una cinta de tela roja alrededor de su cabeza, encendió resina (copal) en una copa de barro y comenzó a darnos instrucciones. Lo primero fue colocarnos detrás de él e imitar sus movimientos y, de ser posible, repetir algunas estrofas. La mayoría de los participantes eran turistas extranjeros que parecían divertidos por la excentricidad del ritual, girando de un lado al otro y alzando las manos como en una frenética alabanza. Yo escuchaba a nuestro guía cantando a Ehécatl, la deidad azteca de los cuatro vientos, ofreciéndole a cada punto cardinal el ritual de temazcal que estábamos por llevar a cabo. Posteriormente se despojó de sus ropas, quedando sólo con sus collares y una graciosa trusa, insinuando que debíamos imitarlo. Reinaba el escepticismo. La mayoría no había pensado en este detalle, por lo que irremediablemente nos encontrábamos en medio de varios desconocidos y mucho frío, en ropa interior. El hombre nos señaló ingresar a gatas, uno por uno, en el orden deseado dentro del pequeño iglú de piedra. Conforme íbamos entrando nos acomodamos con las piernas cruzadas alrededor de una pequeña plataforma, en donde el guía, o temazcalero, comenzó a colocar con una pala, una por una, las piedras al rojo vivo, advirtiéndonos de mantener la distancia. Éramos por lo menos una decena de personas. Posteriormente el hombre ingresó en el temazcal y, al cerrar la puertecilla, quedamos completamente a oscuras. La mayoría de los temazcales contiene la alabanza a Ehécatl, y es el número cuatro un elemento predominante: los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales y las cuatro puertas. Estas serán las que predominen durante la experiencia. Cada puerta conforma un ciclo en el que, al terminar, el guía abrirá la puerta por unos minutos dejando que el vapor salga de la pequeña guarida para permitirnos aire fresco. Cada puerta será también un elemento y una dirección: la primera será el norte, que representa a la tierra y a la vez el cuerpo. La segunda será el agua, siendo ésta el oeste y los sentimientos. La tercera es el aire, que involucra al este y a los pensamientos, y por último, tenemos al fuego, que simboliza el sur y la transformación. De ahí la canción frecuentemente entonada dentro de los temazcales que dice: “tierra mi cuerpo, agua mi sangre, aire mi aliento y fuego mi espíritu…”. Sin embargo, lo que se realice en cada puerta será decisión del temazcalero, quien utilizará diferentes elementos durante cada etapa para irnos relajando e integrando a la experiencia. Habrá quienes en vez de utilizar la música utilicen los masajes o los ejercicios de respiración; también habrá quienes se enfocarán en el uso de las hierbas medicinales y aromáticas que se arrojan en las piedras. Aún así la música jugará un elemento predominante para crear un ambiente más cálido y unido. Dentro del temazcal podremos a veces encontrar tambores y flautillas prehispánicas con las cuales acompañar los cantos, en ocasiones entonado por el guía o incluso por personas familiarizadas con esta práctica. En este punto el lector se preguntará: ¿Y todos estos cantos y alabanzas, movimientos, respiraciones y rituales, cómo benefician mi salud? En realidad todos estos son accesorios que nos ayudarán a sentir la esencia del ritual, pero que no son necesarios para confirmar las propiedades curativas de este particular baño de vapor. Para los antiguos habitantes de América, el temazcal representa el útero de la tierra, en donde experimentamos un renacimiento. Esto en realidad se refiere a los beneficios que percibe nuestro cuerpo durante y después de la realización del ritual. Actualmente se sabe que el temazcal actúa depurando las vías respiratorias y el aparato digestivo (razón por la que es recomendable no ingerir alimentos antes), al tiempo que tonifica el sistema nervioso. También ayuda en problemas óseos, musculares y ginecoobstétricos a través del calor del baño y las propiedades curativas de las distintas plantas medicinales que en él se utilizan. Dentro del temazcal se eleva la temperatura hasta 100°, produciendo un fortalecimiento del corazón y creando un mayor flujo de energía y líquidos. La sauna difiere por su alta temperatura y menor humedad. La temperatura del temazcal hace que el cuerpo sude, pero la humedad no permite que el sudor se evapore, por lo que el sistema de autorregulación del cuerpo (sistema simpático y parasimpático) responde (homeostasis) acelerando la circulación y sudando aún más. Así, la eliminación de toxinas se da al máximo, inclusive aún más que haciendo cualquier ejercicio. También es altamente recomendado como terapia prenatal, ya que tiende a calentar los ovarios, las trompas de Falopio y el útero, este último como aspecto principal durante el embarazo de la mujer, llegando a una estimulación del sistema hormonal con la utilización de las diferentes hierbas como son el chapulistle, Santa María, canela, romero, hoja de pimienta, zorrillo, pachulí, pirul, capulín y el pericón. Mientras que bañarse en el temazcal generalmente no se recomienda durante el periodo de la menstruación, su uso regular es útil en el síndrome premenstrual, el dolor, la irregularidad, la depresión que acompaña el periodo, así como también para la infertilidad. Existen numerosos casos de “bebés de temazcal”, muchos de ellos nacidos de mujeres que utilizaron el baño de sudor por otras razones, y que habían tratado de conseguir embarazarse sin éxito. El temazcal logró curarlas y liberarlas de esa dificultad.  Así, después de la primera experiencia en San Miguel de Allende, todos los que estuvimos allí consideramos que el temazcal es como un renacimiento, pues al salir fuimos liberados de un sinnúmero de toxinas que nos afectaban en nuestra cotidianidad. Al volver al aire fresco después de la última puerta –la más calurosa– recibimos un regaderazo de agua fría, que inmediatamente nos transportó a un estado tonificante. Conclusión: el temazcal nos brindó la sensación de estar renovados y vigorozos.