Azizbek Ashúrov, el defensor de los apátridas

Quién

Su labor, premiada por el Acnur, ha sido clave para que nadie quede sin nacionalidad en Kirguistán, el primer país del mundo en lograrlo

Nansen Prize laureate Kyrgyzstan's human rights lawyer Azizbek Ashurov gestures during a press conference on October 2, 2019 in Geneva. - A human rights lawyer who fought to end the

Azizbek Ashúrov, en Ginebra, durante una rueda de prensa tras conocerse la concesión del premio Nansen

FABRICE COFFRINI / AFP

Más de 13.000 personas le deben una vida mejor a Azizbek Ashúrov y su equipo de abogados, que lleva quince años luchando por los más olvidados de su país, los que permanecían en la sombra porque habían perdido su ciudadanía y el acceso a sus derechos más elementales. “La aparición de personas sin documentos legales está relacionada en esta región con la desintegración de la URSS”, dice Ashúrov por teléfono desde Osh, la segunda ciudad de la exrrepública soviética de Kirguistán.

Tras el fin de la URSS, fueron 15 los nuevos países que tuvieron que reconocer a quienes vivían en su territorio como ciudadanos. “Aunque la ley existiera, la gente que vive en estas zonas fronterizas, en las montañas o pueblos aislados, no la conoce. Y una vez convertidos en apátridas, el proceso burocrático para ellos es imposible. Nunca antes habían tenido que vivir con estas normas, pues todo era el mismo país”, explica.

Tras el fin de la URSS y la aparición de muchos países, miles de personas quedaron atrapadas sin papeles

Este abogado solidario inició hace 15 años una campaña para lograr la ciudadanía para todos los que la perdieron. El esfuerzo ha culminado este año, y Kirguistán se ha convertido en el primer país del mundo postsoviético en solucionar este problema. “Un ejemplo de la capacidad que tiene un individuo para inspirar a la movilización colectiva”, dijo Filippo Grandi, responsable del Acnur. Por esa labor, la agencia de la ONU para los refugiados le ha concedido este mes de octubre el premio Nansen. “Es un premio para todo el equipo, pero también para el Estado, ya que lo hemos logrado gracias a un trabajo conjunto con las instituciones”, asegura.

Dedicarse a quienes han perdido su identidad tiene mucho que ver con la propia historia de Azizbek Ashúrov. Nacido hace 38 años en Andiyán (hoy, Uzbekistán), en los 90 su familia decidió trasladarse a Kirguistán, de donde era su padre. “Kirguistán reconocía automáticamente la ciudadanía a todo el que se empadronara antes de 1994. Nosotros llegamos después, y nos tocó pasar un procedimiento burocrático”, explica a La Vanguardia . Tras licenciarse en Derecho, decidió junto con otros colegas fundar la oenegé Juristas sin Fronteras del valle de Ferganá.

Su primera intención era ayudar a gente sin recursos. Pero descubrieron que había un problema escondido. “Los apátridas vivían entre nosotros, pero eran fantasmas de los que el Estado no sabía nada. Y yo entendía perfectamente la situación”.

Al hablar de personas sin nacionalidad, lo primero que viene a la cabeza son inmigrantes sin relación con el país de acogida. Pero en el valle del Ferganá no es así. Las complicada orografía del país y el caprichoso trazado de las fronteras de tiempos de Stalin hicieron de la región una pequeña torre de Babel con diferentes nacionalidades, lenguas y, después de 1991, reglas. Ashúrov y su equipo explicaron a las autoridades que, aunque no tuvieran papeles, llevaban décadas formando parte de la sociedad.

La campaña de los abogados de Osh comenzó en el 2004, pero al gobierno de Bishkek, la capital, le llevó tiempo entenderlo. En el 2014 las autoridades “comprendieron que legalizarlos y beneficiarse de sus impuestos era mejor que dejar que trabajasen de forma ilegal, se dedicasen al contrabando o, peor aun, pasasen a formar parte de grupos criminales”.

La oenegé y funcionarios del gobierno han recorrido los rincones y aldeas más apartados del país, lejos de las grandes ciudades, en coches todoterreno o a caballo para crear 68 grupos móviles y conceder papeles a todo el mundo. Los últimos cinco años han sido un sin parar y Ashúrov, que tiene cuatro hijos, reconoce que su familia también lo ha sentido. “Prácticamente no estaba en casa. Llegaba cuando los niños ya estaban durmiendo”. Pero el esfuerzo ha dado frutos. “Desde el 2009, se naturalizaron 48.000 personas. Pero desde el 2014 logramos con la ayuda del Gobierno papeles para los últimos 13.707”, puntualiza. Ahora todas ellas pueden hacer acciones tan cotidianas como abrir una cuenta corriente o registrar el nacimiento de sus hijos.

Una categoría especial eran las mujeres que habían venido a Kirguistán de otros países y se casaron aquí. “Muchas veces quedaban atrapadas sin ningún pasaporte porque, por ejemplo, en Uzbekistán y en Tayikistán hay una norma que dice que si un nacional se va del país y no se registra en un consulado exterior pierde la nacionalidad a los cinco años, algo que la mayoría desconoce”, explica el abogado.

Este problema no es sólo de Kirguistán, sino de toda la región. En la vecina Uzbekistán “hay 80.000 personas sin ciudadanía” de ningún tipo, apunta Ashúrov, quien coordina un grupo de once oenegés para intentar poner fin a este problema en las cinco exrrepúblicas soviéticas de Asia Central.

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