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Opinión

LO QUE LA CURVA NOS CUENT

El fin del distanciamiento social

Por Nacho de Blas, Profesor Titular de la Universidad de Zaraga

Imágenes como los abrazos en la playa parece propios de otra época
Imágenes como los abrazos en la playa parece propios de otra época
Pexels/Pixabay

Al igual que la palabra desescalada, el término “distanciamiento social” me produce una cierta repulsa cada vez que lo oigo. Da la impresión de que se quiera desmantelar la amplia y variada vida social propia de los países mediterráneos, justo en el momento que es más necesario que nunca que estemos unidos como sociedad para afrontar esta pandemia y de paso aprender la lección para el futuro.

No soy el único que opina que es más adecuado hablar de distanciamiento físico. Así es más fácil de entender que la finalidad de esta medida es ampliar nuestro espacio personal para reducir las probabilidades de contagio. En otros países, las costumbres sociales condicionan distancias interpersonales mucho mayores y una reducción considerable del contacto físico. Sin embargo, apretones de manos, abrazos y besos son habituales en nuestra cultura. Nos sentimos cómodos cuando estamos cerca de los demás, somos seres gregarios, nos encanta la fiesta, el bullicio y el gentío.

Probablemente nuestra “gran vida social”, como cantaba Alaska, sea uno de los factores que expliquen que la epidemia de covid-19 sea tan grave en España e Italia. Debemos aprender a mantener distancias mayores a las que estamos acostumbrados, aún a riesgo de parecer fríos y distantes. Lógicamente algunas actividades son incompatibles con el aumento de la distancia física entre personas. Es el motivo de que se hayan cerrado temporalmente colegios y universidades, centros comerciales, bares y restaurantes, cines y teatros, conciertos y fiestas…

Parece demostrado que mantener las distancias es fundamental para reducir la transmisión del virus, tanto o más que el lavado frecuente de las manos con jabón o el uso de mascarillas.

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