Vigilancia activa

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ SACERDOTE JUBILADO La demora del esposo sorprendió a las doncellas que le estaban esperando y que no estaban preparadas, con las lámparas encendidas, para entrar al banquete de boda. La parábola, que comentamos la semana pasada, era una invitación a la vigilancia, a estar alerta.

Hoy, en un mismo concepto escatológico, se nos invita a la vigilancia activa. No basta tener los ojos muy abiertos sino tenemos las manos ocupadas. La vigilancia, de la que nos habla Jesús, no consiste en estar a la espera, con los brazos cruzados, esperando que el tiempo lo resuelva todo. No se trata de buscar la evasión, la fuga o el refugio para eludir responsabilidades. Dios ha puesto el mundo en nuestras manos, pero la tentación de la inactividad y de la renuncia a integrarse en la transformación de la sociedad está presente desde los inicios de la comunidad cristiana.

La parábola de los talentos hace hincapié en la relación del dueño y de los criados, relación que se basa en la confianza, más que en la productividad. Lo que el dueño reprocha al tercer criado es su falta de confianza, no su inactividad: «tuve miedo, porque sabía que eras exigente, que siegas donde no siembras y que recoges donde no esparces». Tener miedo equivale a no tener fe.

El evangelio nos inculca la responsabilidad. Los dones, que cada uno ha recibido no pueden quedar ociosos. Hay que hacerlos fructificar. No cuenta el resultado, porque el éxito o el fracaso no dependen de nuestra entrega.

Descubrir nuestro talento, nuestras capacidades, debería ser el objetivo fundamental de la educación.

Hay una denuncia expresa de las omisiones. Peor que los males que cometemos es el bien que dejamos de hacer. Centrando nuestra reflexión en el quehacer de la Iglesia, ésta no pude reducirse a conservar el pasado. El objetivo de la Iglesia tampoco es sobrevivir. La misión más profunda de la Iglesia, ahora y siempre, es comunicar la buena noticia de Dios Padre para el ser humano, transmitir signos significativos para nuestro tiempo. Es lícito pensar que en la Iglesia hay miedo. El P. Congar escribía un mes antes de morir, en el año 1995: «Hay que dejar constancia de una marcha atrás por el hecho de que el movimiento conciliar ha sido sustituido por la centralización. Esto puede ser muy grave». Y Karl Rahner, en el año 1984, dejó escrito: «Vivimos en una invernada. El concilio no ha sido todavía aceptado de hecho en la Iglesia, ni a la letra, ni según el espíritu». Con audacia y sin miedo debemos anunciar el reino de Dios, poniendo en El nuestra confianza y nuestra tarea.